Ella vivía en una alta torre
de un viejo castillo abandonado. Era de rostro pálido, ojos negros y vestía un
traje blanco que con el paso del tiempo se convertiría en un gris ceniza. Cada noche se asomaba a la
ventana de su torre, y desde allí esperaba a que volviese su amado desaparecido.
Ella era el fiel rostro de la esperanza dormida.
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